Los cuadernos de Vogli

«Pertenezco a esa parte de la humanidad —una minoría a escala planetaria pero creo que una mayoría entre mi público— que pasa gran parte de sus horas de vigilia en un mundo especial, un mundo hecho de líneas horizontales en el que las palabras van una detrás de otra y en el que cada frase y cada punto y aparte ocupan su lugar debido: un mundo que puede ser muy rico, quizá incluso más rico que el no escrito, pero que, en cualquier caso, requiere cierto trato especial para situarse dentro de él».

Italo Calvino

20.000 Leguas de viaje submarino
Como un hilo o aguja que casi no se siente
como un débil cristal herido por el fuego
como un lago en que ahora es dulce sumergirse
oh esta paz que de pronto cruza mis dientes
este abrazo de las profundidades
luz lejana que me llega a través de la inmensa lonja de la
      catedral desierta
quién pudiera quebrar estos barrotes como espigas
dejad me descansar en este silencioso rostro que nada
      exige
dejadme esperar el iceberg que cruza callado el mar sin
      luna
dejad que mi beso resbale sobre su cuerpo helado
cuando alcance la orilla en que sólo la espera es posible
oh dejadme besar este humo que se deshace
este mundo que me acoge sin preguntarme nada este
      mundo de titíes disecados
morir en brazos de la niebla
morir sí, aquí, donde todo es nieve o silencio
que mi pecho ardiente expire tras de un beso a lo que
      es sólo aire
más allá el viento es una guitarra poderosa pero
      él no nos llama
y tampoco la luz de la luna es capaz de ofrecer una
      respuesta
dejadme entonces besar este astro apagado traspasar
      el espejo y llegar así adonde ni siquiera el suspiro
      es posible
donde sólo unos labios inmóviles
      ya no dicen o sueñan
y recorrer así este inmenso Museo de Cera deteniéndome
      por ejemplo en las plumas recién nacidas
o en el instante en que la luz deslumbra a la crisálida
y algo más tarde la luna y los susurros
y examinar después los labios que fulgen cuando dos
      cuerpos se unen formando una estrella
y cerrar por fin los ojos cuando la mariposa próxima a
      caer sobre la tierra sorda quiere en vano volver sus
      alas hacia lo verde que ahora la desconoce
Leopoldo María Panero, Así se fundó Carnaby Street.