Los cuadernos de Vogli

«Pertenezco a esa parte de la humanidad —una minoría a escala planetaria pero creo que una mayoría entre mi público— que pasa gran parte de sus horas de vigilia en un mundo especial, un mundo hecho de líneas horizontales en el que las palabras van una detrás de otra y en el que cada frase y cada punto y aparte ocupan su lugar debido: un mundo que puede ser muy rico, quizá incluso más rico que el no escrito, pero que, en cualquier caso, requiere cierto trato especial para situarse dentro de él».

Italo Calvino

Harry Holland

Los tres estados
«Las francesas vivían desnudas en las nubes.
Se acariciaban, se amaban unas a otras, sus casas
se abrían en hilera, justo al pie de los santos.
Lencería del clima: se quitan lentamente
las medias al llover.
Yo vuelvo a verlas a veces. Sobre todo, las oigo
cuando crujen los muebles con su charla
sobre aquellos sombreros
a la moda amarilla de Luis Napoleón.
Ay mis francesas, frívolas y falsas.
Ellas nada prometen.
La Arcadia en su nariz jamás será una Roma
en sus culos perfectos cabalgará el otoño
eyaculando niebla.
No tienen más amantes, pero se dan la mano
cuando el viento golpea las ventanas
y por la chimenea
entran los uniformes vacíos del 14
y, en el cuarto de al lado, Meaulnes rompe la vajilla.
Ellas se querrán siempre, unas a otras; así
la Bastilla tal vez crecerá bajo tierra
y el vapor de los baños será el mapa de Alsacia,
un Juego de Pelota para los tres estados,
los vivos, los muertos y los
que ni han vivido ni han muerto
como yo. Y aquí estoy,
tendido en esta balsa una vez más,
oyendo el chapaleo, los ojos fijos arriba,
en el país de las apariciones.
Navego como entonces, cuando era un muchacho
y en la oscuridad de mi cuarto las sentía
ya muy cerca de mí,
de dos en dos sobre mi cuerpo, como la gloria de Elba,
de dos en dos la soledad de ser.
De noche vuelven a mi habitación.
Se cuelan por el armario, por la cómoda, por
lo que ya no conozco y apenas sospeché:
el Loira de mi sexo.
Mis francesas, queredme. Pero no dicen nada.
No quieren ser amadas; solo esperan
que yo las mire besarse, que afirme siempre un testigo
cómo los gorriones brotaron de sus pubis
y cómo la belleza
amará siempre y solo a la belleza y cómo
los ciegos y los ingleses
no tendremos perdón».
José Luis Rey, La fruta de los mudos.