Francine van Hove.
«Guardaba en la cómoda, amorosamente, junto al pañuelo perfumado, un grueso cuaderno, donde escribía sus más íntimos pensamientos y donde rogaba al doctor que renunciase a sus visitas cotidianas al restaurante Babilonia, al champagne y a la vida de libertino que ella sospechaba».
Leonid Andréjev, Los espectros.